jueves, 9 de julio de 2009

Transversa (de Gema Santamaría)

Adriana Tafoya y Gema Santamaría durante la visita de la poeta nicaragüense a la Ciudad de México.


Texto escrito por Adriana Tafoya para la presentación del poemario

Empiezo con la pregunta que hace Chantal Maillard, filósofa pura y poeta:
“¿Y donde está escondido tu tesoro, Hainuwele?»me pregunta, burlona, la más anciana del poblado. Se refiere, lo sé, a lo que siempre buscan los hombres cuando vuelven del combate”


Este camino de transición que han sido los tres poemarios de Gema Santamaría (Piel de poesía, Antídoto para una mujer trágica y ahora Transversa) va formando una personalidad, y en este caso delinea también el carácter y perfil de la poeta. Antes de entrar en la profundidad de los versos invito a una reflexión, aunque breve, importante para comprender el trabajo poético de Gema:

El carácter femenino si es que lo hay, porque normalmente durante toda la historia lo que predomina son sus roles o modelos temperamentales —diría Carl Jung, el ánima— que muchos han asociado con la diosa blanca, de Robert Graves, es “el ideal de mujer”: la figura etérea que está marcada en el absoluto histórico de cualquier hombre y que se encarna en el primer amor que es la gran madre; la figura poética en que se procesará este sutil abstracto para seguir siendo reproducido en los cuerpos.

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Previo a la presentación en la Casa de Juan, en el centro de Tlalpan.


Es muy notoria la intensión en la poesía —digamos masculina— de darle a esta ánima el carácter de cuerpo, creyendo que lo que pesará es la carne sobre la memoria: la fisonomía de los huesos. Este es el transcurrir femenino al que todavía nos enfrentamos hombres y mujeres: el limitado mundo de la mediación anatómica.

Y qué es piel de poesía, sino la superficie femenina; qué es el antídoto para una mujer trágica sino una gran cantidad de amor a sí misma. ¿Qué vendría siendo Transversa? Aquí cabe la importancia de esta reflexión y darnos cuenta que Gema está entregando un mapa: un panorama histórico del rol femenino, de esos roles femeninos inexistentes en una sociedad como la nuestra. Las mujeres de cualquier país, la mujer que habita en cualquier parte del mundo, la mujer universal no ha ejercido todavía la oportunidad de crearse otros roles: una personalidad o ideal a su imagen y semejanza, que le concierna, que le convenga, y sobre todo tener el interés para conformar el molde adecuado para sí misma.

Hacia este desarrollo apunta Transversa. Podríamos pensar que peca de “yoísta” el poemario, sin embargo, es más que necesaria esta posición para el crecimiento de una entidad completa. Santamaría habla de los usos y costumbres de la mujer común y corriente, y sin asumirse como tal, explota, se ataca por la necesidad que tiene de conocerse para entonces transversar los caminos que conducen a sí. La poeta nos dice a todos, que a veces para lograr el cambio, y tener más ramificaciones en la mente —ir más allá—, es necesario sufrir una fuerte crisis y tocar fondo. Y si no tocarlo, ahogarse, trastocarnos hasta perder el sentido, ¿y por qué no?, recurrir al suicidio, ser suicida, destruirse para que pueda salir el otro yo, el que no conocemos. Correr el riesgo de quedar incompletos. Gema deja claro que a veces es necesario cortarse la cabeza para cambiar de ideas.

Siendo el mundo tan amplio y complejo, lleno de cosas desconocidas y temas inexplorados, sería triste encontrarnos con una poesía femenina que termine recluida por el amor a cuatro paredes. Ese amor al otro (al mismo) comúnmente al amante. Qué pequeño sería el mundo femenino si quedará encerrado en un corazón de celofán.
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Como los personajes en busca de un autor, de Pirandello, donde “el teatro dentro del teatro” es una fórmula que expone cómo se relacionan los roles en el escenario de la existencia con el creador de estos papeles sociales, Gema recurre a la misma fórmula, pero desde la óptica que ocupa Chantal Maillard: “el tema en busca de un tema”. El tema quiere salir del tema, trascenderse como objeto. Y el personaje sale de sí para empezar a crear.

“mamá yo no quiero ser bonita,
la bonita al final siempre se muere.
ser frágil es su única proeza”

escribe la poeta para cerrar la reflexión. Por otra parte la hechura de esta poesía transversa, se sostiene del mismo hilo que conduce su poemario anterior antídoto para una mujer trágica, la puntación sin mayúsculas ni separaciones: a la manera de un solo poema segmentado. Mantiene la calidad de su oficio en poemas de imaginativa manufactura: una mezcla de minimalismo con voluntad surrealista desemboca en paisajes cosmopolitas con rascacielos donde los humanos son moscas atrapadas en un cuarto de aire enfermizo.

Se convierte en el ciudadano enjaulado de cualquier metrópoli, se da cabezazos contra la página en blanco. La herida es —escribe en el poema Escarcha— una emperatriz roja que aparece en la hoja como la dama después de ser asesinada en el tablado de ajedrez. Así continúa este camino con logradas imágenes y versos de dolor (¿acaso insensible?, se cuestiona la poeta): pues la muerte se le ha vuelto tan trivial como el café de la mañana.

Anatomía del abismo, Cajita de música, 10:30 de la mañana y aún no estamos listos, brevísimas y visita número tres, son poemas de elegante bordado que al leerlos provocan placer. Gema vuelve a anotar puntos con este bello y nuevo poemario confidencial, donde a pesar de los paisajes compuestos por luces de neón y espectaculares; donde el dolor es moderado y todo sucede en confortable frialdad, también existen atmósferas con aliento misterioso que excita la turbación e incertidumbre, como la que provoca lo desconocido: el manto silencioso con que se envuelve la muerte. Y esto es lo que da magia a su poesía.

Y qué mejor manera de cerrar mi disertación, que con estos versos de Gema Santamaría: “Si hay un moño negro regalando muerte en la entrada de tu casa. Shhhh. Duerme. Cava. Cava. Saca la lengua, lechosa y ácida. Siempre el pozo estuvo ahí. Temblando en un vaso de agua”.