lunes, 18 de enero de 2010

Concierto para manzana bajo la lluvia*








*Prólogo del poemario Silencios de Agua, de Estephani Granda Lamadrid. IMC, 2009. Recién salido. Portada de Kenta Torii. 1000 ejemplares.

Por Adriana Tafoya

(Un acercamiento a Silencios de agua)

La implosión climática del mundo escrito dentro de Silencios de agua, de Estephani Granda Lamadrid, funciona a manera de un pequeño gran invernadero, especie de burbuja donde existe singular universo, que incluso incluye tuberías que conducen el aguaje interno; en él tienen lugar todos los elementos: el mar y su tormenta; el viento soplando al fuego; la tierra hecha de polvo, y también sus respectivas flora y fauna.

En estos poemas-países de Granda Lamadrid se desarrolla una serie de paisajes de naturaleza marchita, húmeda e impura, donde suceden constantemente, a manera de tiempo, imágenes oníricas, constelaciones, que a pesar de ser divagantes y dispersas, terminan por ser circulares, aunque no cerradas, logrando así su solidez. Estos países están construidos con el polvo enriquecido de las emociones, entremezcladas mar-adentro en la razón: la tristeza, la vejez del alma, los temores, los placenteros sueños, y lo más importante en el retorno desbordado de este mar hacia la tierra: el odio.



El misterio del odio


También el odio abre el corazón, es “carne que se abre dócil porque la tierra se infla con odio”, verso verdadero es en este mundo, y clave para trazar camino y adentrarse en esta poesía. Es el hilo de plata que nos orientará en este territorio primordialmente acuático. Granda nos dice: “yo tiemblo con el ritmo del odio”. “He aquí la sonrisa del desdentado, el beso del odio”. “El placer del odio”. “El odio acumulado en mis heridas”. “El odio de mi cuerpo está creciendo como un bebé / como un hijo engendrado por amor”: aquí está el odio, se manifiesta como un Ser que rompe puertas y ventanas, que destruye lo que nos aprisiona, que abre la boca y nos deja gritar: odio (como sinónimo de lo benigno), y viene con fuerza a implotar y destruir lo que no nos permite ser diferentes.

En el núcleo de este Ser se compenetra el mar, donde la lluvia se desmorona a sí misma. La poeta se proclama dueña del agua, la dueña de sí: ella es la atmósfera: su mundo creado, y a la vez la madre que le ahoga. Silencios de agua es el colapso “hacia dentro” donde “todo es mar”. Y a este mundo llegan las tormentas y el viento, la desolación del erotismo idealizado, de aguas turbias que recorrerán los pasadizos mojados de lo onírico: el sexo como flor de fuego que espera abrasar al amado. “Y busco un hombre que acurruque la sonrisa en sus labios para sentir alivio / para mentir que tiene en sus hombros el peso de la luz / en su espalda ancha / en su vientre de luz / en la luz de la luz”. Pero todo primer encuentro es con el enemigo. El asco persiste a pesar de tanta agua. Es contradicción desear y no querer esta realidad, donde otras dimensiones se ocultan en el placer secreto que guarda en el cajón de las Manzanas, pero “a qué hueco de la hoguera hay que saltar para incendiarse”, se pregunta Granda la poeta, y sale en busca de ese árbol de frutos rojos, pero todo es desierto, tierra hecha polvo. “Te perdono por las noches en que odiaré la trayectoria del desierto en mis venas (…) por la enredadera de odio que arrastraré a mi paso”, escribe. Si el cuerpo se convierte en acto, ella será ubicua, será mar-lluvia-agua, membrana-cuerpo-árbol, será todo elemento de este invernadero, para entonces llover, verterse en el poemario que por supuesto también es un gran cuerpo ubicuo: y decirse “toma fuerza de las lágrimas, báñate con ellas y fortalécete”. Después ordena este mundo a voluntad, separa la tierra del agua. Ella es el agua que fluye y libera, también madera, cuerpo que se quema con su propio fuego, litúrgica serpiente bajo sus piernas: es el árbol y su fruto: árbol-manzana-serpiente.

El Ser del odio, creado como hijo del amor, manifiesta aquí esa voluntad que hay en todo acto, “tiemblo porque no cabe ya tanto odio en este cuerpo”, oprime a tal grado que la implosión llega a su clímax, concluye y crea la rojinegra manzana del odio como conocimiento benigno. “En este desierto con dolor maduran las manzanas (…) Ardo esta noche con las manos ardiendo dentro de mí”. Aquí está la hembra roja para morderse nacida.



La manzana del conocimiento


Arde sola esta casa que apesta a soledad. Este pasillo de espinas me corona: laguna donde flotan mis muertos”: el desarraigo, el desprendimiento que viene como opción para la individualidad: significa que ser manzana es caer del árbol, evolucionar y mutar de esencia: manzana-rojo-gorrión-durmiente, emplumada-flor, fruto-lúcido-antidivino. Para llegar a esto se requiere el pensamiento y un acto que llene la boca de palabras rojas.

Este poemario cumple con abrir las tinieblas de la mente y mostrar los brillantes y misteriosos frutos del árbol de los sentires humanos, donde Granda es ese fruto-isla que quiere completar el mundo amado y reconstruir el ideal para no permitirse ser limitada por el espejo. No es el fruto que se pudre en la rama del árbol. “Inahogable es esta isla”. Sólo hacen falta orquídeas para incendiar el árbol, dorar la manzana y perfumar la tierra con dulces aguas, pues ante lo frágil del mundo hay que arder de claridad y quitarse “la tibieza enferma” y “la piel ampulada”, costras hechas de pura añoranza. Así el paladar de la mente podrá escribir y describir, crear para saborear las manzanas secretas que se guardan, para quien las busca, en puños de la poesía.

Un mordisco a esta manzana permitirá al lector entrar al mundo con voz de Granda, y también reiniciar esa búsqueda detrás del espejo, donde todo es mar, un mar tan propio como la huella digital, y tan importante como el gesto que da valor a tu rostro.




Dos poemas de Silencios de agua

12

Yo no sé
no tengo ganas de pararme frente al espejo
para examinar mi rostro golpeado por la verdad

a qué le tengo miedo
a quién le aborrezco la cara
el nombre
Yo he dormido este refugio de insomnios entre sábanas tibias
entre dos almohadas que me abrazan

y duermo




8

Soñé con agua acariciándome los pechos
y en silencio sola fluía el agua

y una voz dejó su nombre en mi oído
y le entendía

Yo sé que mi sangre tiene su marca
Yo también soy náufraga de una Isla
donde no hay coordenada que a ti me lleve

Busco el son del ruido
me tiendo sobre la arena húmeda
de hinojos acaricio al cielo
y con el jadeo de la tristeza canto

Un dulcísimo bramido marca mi cuerpo
qué línea perfecta has trazado sobre mí
qué largo silencio me ha inundado los muslos
qué suave rocío arde en mis manos

Qué tormenta me ha tomado tan triste esta noche