jueves, 11 de marzo de 2010

La belleza de empollar huevos azules para desteñir de nuevo el cielo y entinte de mar el sol

Últimas palabras a Mariana
antes de ser destruida por el serrucho de la muerte


Separa el torrente de la cabellera
Mariana querida
y deja te penetre la belleza
(la verdadera)
La que desgarra por cuchillo de mil uñas
rebana músculos y se eleva hasta la mente
La que destroza mitos, la que aplasta deidades
La que destruye historias y falsos versos
en la hermosura de un trueno a la una de la tarde
y más aún, su voluntad el viento
azotando árboles, arrancándole
pájaros a los nidos
entregándolos a su fragilidad, a su inútil muerte:
tronido estrellándose música contra el cielo.

La longeva belleza Mariana
Cómo reconocerla cuando ella alumbra
O apaga los caminos de tu yo
que se destroza hecho trizas como el tiempo
yo embarrado al que pudo ser tu yo
Caracol dejando residuos de lo que pudiste ser:
el negro florecimiento de un cuervo para la inteligencia.

Aún sin saberlo
ella está ahí, desnuda sobre cenizas:
(la belleza) lechón negro en charola de plata
en el sudor frío de la piedra
en un sueño encharcado
en bocacalles y casuchas mojadas
en el chapoteo de los viejos y grandes barcos
destejiéndose rojizo mar
—limo descuajado en agridulces siniestras natas—
Ella estará ahí hecha mar
y en el mar sobre la arena (espuma)
guadaña que regresa
otra una y otra vez
para segar las piernas
de los que en paz caminan
descalzos, humedeciendo deseos
sin querer nada.

Vamos, separa los dedos
abre la mano y digamos
que si la belleza es manzana
y nace para morderse
muérdela, para de ella nutrirte, Mariana
y tener algo más que espíritu
algo más profundo que no el ánima
más interno [donde se realiza el Acto
que te da la esencia]
y no sea simplemente el alma.

Guardemos todos pájaros bajo la falda

Alejémonos de la absoluta blancura
de pechos minimalistas y lunas griegas
Césares castrati y ángeles perversos.
De sus volantes y sus frunces, alejémonos
dejemos de flotar en la espuma de esas mentas
—que somos polvo maliciento—
mantengamos los dedos activos
aunque sean silencio las notas del piano
y estén vibrosas, toqueteantes por aquí y por allá,
las teclas de este enorme amante negro.

Guardemos hombres y mujeres bajo las faldas
pajarillos de todos colores,
tibiemos la piel de madre-humedad
para que no aleteen pequeñas sus pestañas por el frío
y suden consuelo en el aislamiento.

Seamos oscuros
y huyamos de la absolutista elocuencia del cielo,
apretemos con las piernas tantos pájaros como se pueda madurar
hasta que revienten de blancas y puras plumas
como hacen las más tercas, temibles y amorosas muchachillas
con su manchón de vellos.
Entonces volarán los gorriones de la garganta
y posible es —que sólo así— listos estemos
para pertenecer al elegante mármol del cementerio y ser
un puñado
de flores agresivas.

El derrumbe de las Ofelias

Desconfía

que tan importante es el silencio

que necesario es no callar

Del chapoteo de los lagos

desconfía, del murmullo de los ríos

del reflejo débil de los charcos

Porque mujeres extrañas

se sumergen en los mares

y en cada estanque la silueta

de alguna Ella

se encharcó

No son hierbas negras

los cabellos desmadejándose

entre nenúfares enmarañados

Son cabelleras destejiéndose en encaje

como viejas telas en el agua

Extrañas mujeres se ahogan en los estanques

y bajo narcisos, reposan

Sus cabellos en el agua se derriten

Se sumergen, tal vez

cuando el mundo

se hace incomprensible

y buscan respuestas tragando agua

Luego

sucede lo contrario

y con sus cuerpos nutren de sabiduría

al pájaro, dan color a sus plumas

al siervo que lame estas aguas, al hombre

que en ellas se refleja

Desconfía, porque ellas endulzan el agua

Se nutren las flores

enrojecen sus pétalos

ennegreciendo los capullos

se endurecen

ensombran el aguaje

huele

a hembras

Algunos creen, incluso, que se vencen

y flotan sobre el agua

sólo para verse hermosas

Sus pechos en el agua, qué delicia

verlas de dios esconderse

entregadas al sueño del agua

abren las piernas

y dios (desconfía)

no las protege

no las olvida

Porque dios no fue creado para las mujeres

Y eso es tan natural como hundirse en el mar

para ver desde el fondo

piezas de ajedrez revueltas

en el puñetazo de una ola